12/01/2023
MI HUSKY DESAFÍA A UN ROTWEILER, Y ESTO ES LO QUE PASA
Atenta, que lo que cuento hoy te va a dar para más de una comida de tarro.
(Por si esto no se entiende o suena fatal en América: para darle vueltas a la cabeza)
Verás.
Hace como mil años, en el siglo pasado, fui a un curso de adiestramiento.
Tenía 20 años, un husky siberiano, y muchas ganas de aprender.
En ese curso, un muy muy muy famoso adiestrador (que creo sigue en activo) nos daba una parte teórica, y una práctica.
La parte teórica, pues eso, conductismo línea dura.
Pero yo no lo sabía, y era lo único que había entonces, así que todo correcto.
En la parte práctica, nos juntábamos todos los alumnos con nuestros perros en una zona verde, y allí, sentados en la hierba a punto de cantar el Cumbayá,
escuchábamos extasiados al maestro.
Los perros, entre tanto, permanecían ajenos a las tontunas de los humanos, y se relacionaban entre ellos.
Cada uno atado a su persona, y sentado o tumbado junto a ella.
Pero es que, amiga, los perros son especialistas en conversaciones silenciosas.
De esas que se ven y se huelen, y nadie a tu alrededor, a menos que se fije, puede escuchar.
Y en esas estaba mi husky, que no sé si lo he dicho alguna vez, era algo ca**ón.
Todos mis huskies, dentro de su encanto irresistible y belleza deslumbrante (que usan a su favor), son algo cabrones.
No problemo, los quiero mucho igual. Yo también tengo mis cosas, y no les oigo quejarse, ni tratan de cambiarme, ni me apuntan a clases de modificación de conducta.
Allí estaba, cómodamente tumbado a mi lado, haciéndole saber a un rottweiler de un chico cercano que le caía fatal.
“Largo, no me gustas, eres id**ta, no quiero verte tan cerca, a qué esperas, picha floja, no vales nada, eres un s**o de músculos sin cerebro”
Algo así creo que decía.
El rotty, tumbado junto a su humano, escuchaba alucinado.
Empezó a mosquearse, y le devolvía a mi husky miradas asesinas, en plan:
“Qué dices, eso no me lo sueltas aquí al hocico, im***il, te voy a matar, te arrancaré esa cabeza tan bonita tuya y me la comeré con tomate, capullo, acércate si te atreves”.
Algo así le contestaba.
Mi husky empezó a sonreír, pero no esa sonrisa sincera y amable que suelen mostrar, sino más bien una sonrisa sádica y malvada.
“Tú y cuantos más, palurdo, que no tienes más que pose, no vales ni para cavar un hoyo”.
El rottweiler no pudo más, y empezó a gruñir.
Alto y claro, gutural, profundo, muy cabreado.
Entonces el profesor, que no estaba fijándose en nada de todo esto
(Porque la escuela tradicional, con castigo o con premios, no tiene en cuenta al perro, solo busca resultados cómodos para nosotros)
Paró la conversación en seco, y miró al chico.
Al perro, no, al chico.
Le miró fijamente, en silencio.
Todos le miramos.
MI husky miraba al rotty.
Y el rotty miraba a mi husky
Y todos los demás, al chico.
“¿Y ahora qué haces?”
Le dijo el profe al chico.
El chico no sabía muy bien qué decir, ni dónde meterse.
“Corrigió” a su perro, que no se estaba comportando adecuadamente según los cánones de la reunión.
O sea, le regañó, y le dio unos tironcitos de la correa.
El rottweiler se mordió la lengua y dejó de gruñir.
Pero la conversación seguía.
Mi husky empezó a reírse.
“¿Lo ves, pringado? Eres un inútil, tus amenazas son papel mojado, solo vales para hacer ruido, negado, gañán”
El rotty tenía los labios apretados, la mirada muy dura, y estaba deseando levantarse para arrancarle las patas a mi perro.
Y, de hecho, lo intentó.
Hizo amago de ponerse en pie mientras empezaba a ladrar a todo pulmón.
Prácticamente escupía saliva con cada ladrido.
El profe volvió a interrumpir su discurso, y a mirar con reprobación al chico.
El chico también tenía los labios apretados y la mirada dura.
Creo que se acababa de percatar de la jugada, y de que era mi perro el instigador.
Mi perro, que permanecía “sumisamente” tumbado a mi lado, sonriente y tranquilo, y casi, casi parecía silbar, muy satisfecho de su actuación.
Mientras miraba hacia el infinito en plan inocente.
Yo veía todo aquello, y bueno, mi perro no estaba haciendo “nada”.
Así que todo bien, yo tampoco hice nada.
El profe seguía mirando al chico, y el resto de los humanos, pues lo mismo.
Todos en silencio.
Esperando.
Haz algo, tienes que hacer algo, debes controlar a tu perro.
Eso era lo que llevaba implícito ese silencio.
El chico, una vez vio lo que ocurría, se levantó. Su perro se levantó con él, y fueron a sentarse lo más lejos posible de mi husky.
El rotty no parecía muy contento, pero la distancia le ayudó un poco.
Mi husky se seguía riendo.
El profe pudo continuar con su clase, no sin antes chascar la lengua, y decir:
“Para un caniche, tal vez, pero no eres apto para tener ese tipo de perro, no sabes manejarlo”.
La puntilla.
Después de afearle su modo de gestionar la situación
(Que, a mí, personalmente, me parece una manera muy buena, teniendo en cuenta el contexto)
Va y le humilla delante de todos.
Y esto es lo que hay.
El problema no era que el perro ladrara de más o quisiera comerse a mi husky.
Era que el chico tenía que hacer algo para enfrentarse al rechazo y la humillación, a la desaprobación del grupo.
Un grupo de pardillos e id**tas a los que nunca volvería a ver.
Así que a menudo aconsejo que es importante organizar las prioridades, y poner a tu perro por delante de los pardillos e id**tas a los que nunca volverás a ver.
Y otra prioridad puede ser pasarte por mi web, a ver qué más cuento 😆