18/10/2020
El último rescate que hice con mi padre fue dos semanas antes que él muriera. Aquella perra llevaba en su piel un resumen dramático de una vida llena de miseria y abusos. No fue fácil cogerla y lloraba desesperada cuando la acariciábamos, nos miraba horrorizada.
Poco a poco se fue relajando y nos permitió levantarla. Me fui en el asiento trasero para no dejar de abrazarla. Su mirada cambió y sucedió el milagro: movió su colita, a p***s un esbozo, pero había entendido que estaba a salvo.
Un par de cuadras antes de llegar a casa no se movió más, su vida había terminado su contrato con este mundo.
“Se murió, papá, se murió. Llegamos tarde”, fue todo lo que pude decir. Mi viejo me abrazó y me contestó bajito, pausado como él hablaba: “No, negrito, llegamos a tiempo, ella solo estaba esperando conocer el amor para continuar su viaje en paz. Tú se lo mostraste. Ella seguirá su camino agradecida”.
A veces todo lo que se necesita para reparar un alma rota es que le dediquemos un poco de nuestro tiempo.
Por eso, tú, quien quiera que seas, que has visto a un animal implorando ayuda y has sentido lástima o compasión ( como quieras llamarle) y no te has detenido a dársela, solo te puedo decir: guárdate tu lástima que de nada sirve...
Ricardo Ahmed