Los códigos penales en México y las políticas públicas de seguridad ignoran por completo al factor criminógeno del abuso hacia los animales y la peligrosidad de quienes cometen actos bárbaros en perjuicio de no humanos. Las autoridades mexicanas no tienen ni idea de que la imposibilidad de defensa que tiene un animal ante la explotación o cualquier forma de abuso humano implica en el victimario un
a especial perversidad y por ende de peligrosidad, por lo que tal ignorancia burocrática tiene tremendas consecuencias en la violencia que padece nuestro país. Cualquier espectáculo cruel debiera ser tipificado como delito, pues divertirse a costa del sufrimiento de otro u otros implica una mentalidad que representa un riesgo para la sociedad que difícilmente puede limitarse a través de sanciones administrativas. Si bien nuestro sistema carcelario no tiene nada de rehabilitador, por lo menos la ejemplaridad de las p***s, así como el hecho de apartar a los criminales de la sociedad a la que dañan, podrían frenar en cierta medida el abuso y el desarrollo de personalidades violentas. El caso de las peleas de perros muestra con toda claridad la ingratitud humana hacia una de las especies que más le han mostrado lealtad y servicio. La cercanía que muchos humanos tenemos con los canes permite que podamos con mayor facilidad hacer el ejercicio ético de “ponernos en su lugar” y alzar la voz en contra de esa injusticia. Pero sería muy conveniente, en aras de una conciencia más integral, que ese mismo ejercicio lo hiciéramos atendiendo a los abusos en circos, plazas de toros, zoológicos, palenques o cualquier otro espectáculo en donde se usen animales, imaginando lo que debe sentir un tigre, un oso, un caballo cuando le roban su libertad para someterle a cautiverios infames y obligarle a realizar, a través del terror, actos ajenos a su naturaleza, ridículos e inútiles. Desde luego que ese ejercicio sólo tendría sentido en la medida en que decidiéramos actuar para que las cosas cambien; podemos empezar por no dar nuestro dinero a los que viven del abuso, dejando de acudir a cualquier espectáculo con animales y corriendo la voz para convencer al mayor número de gente posible, para que siga ese ejemplo.