09/11/2024
Es la historia real de John Gray
Un jardinero que llegó a Edimburgo junto a su mujer y su hijo en 1850 en busca de trabajo. Solo consiguió un puesto como vigilante nocturno y con la condición de que en sus rondas estuviera siempre acompañado por un perro guardián.
Se le asignó un Skye Terrier, al que lo bautizó con el nombre de "Bobby" que se convertiría en su fiel compañero. Luego de ocho años de trabajo nocturno y a la intemperie, John contrajo tuberculosis y falleció el 15 de febrero de 1858. Su perro Bobby se mantuvo junto al féretro durante toda la velación y ceremonia fúnebre, pero asombró a todo el mundo, cuando no quiso abandonar el cementerio luego de que enterraran a su amo.
Todos pensaron que sería cuestión de tiempo, pero el animal se negó a abandonar la tumba de su amigo, aún en las peores condiciones climáticas.
El encargado del cementerio intentó muchas veces desalojar a Bobby, pero el perro regresaba al poco tiempo a acostarse junto a la tumba de su amo. Al final el hombre le hizo un pequeño refugio con unas tablas junto la tumba de John Gray. La inteligencia y nobleza de Bobby lo hicieron famoso.
En aquel tiempo se disparaba una salva de cañón desde el Castillo de Edimburgo a las 13:00 horas en punto, para que los ciudadanos pudieran ajustar sus relojes y saber que era hora de ir a almorzar. En cuanto Bobby escuchaba el disparo del cañón, salía a buscar su comida en "Greyfriars Place", un antiguo pub que frecuentaba con su amo, y donde el dueño del mismo, siempre lo esperaba con su plato a la misma hora. Éste era un espectáculo que admiraban muchos ciudadanos de Edimburgo, ya que en cuanto el perro terminaba de comer, volvía al cementerio para acompañar la tumba de su amo. En 1867, fue aprobada en Edimburgo una ley que establecía que todos los perros de la ciudad fuesen registrados previo el pago de un impuesto. La ley especificaba que los perros no registrados o sin dueño, serían sacrificados.
Como Bobby no tenía dueño oficial, y por lo tanto carecía de registro, el mismísimo alcalde de Edimburgo, Sir William Chambers, decidió pagar su licencia indefinidamente y lo declaró como propiedad del Consejo de la Ciudad.
Así se mantuvo Bobby, fiel a su amo durante 14 años, hasta el día que murió sobre la tumba de su viejo amigo.
Un año después de la última guardia de “Bobby”, la baronesa Angela Burdett- Coutts hizo esculpir frente al pub de Greyfriars, una columna con su estatua, para conmemorar la vida del perro más querido y la historia de una amistad que superó a la muerte.
En una placa de metal se lee: “Bobby, mu**to el 14 de enero de 1872 a los 16 años. Que su lealtad y devoción sean un ejemplo para todos nosotros !! Ciudad de Edimburgo”