15/03/2021
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ㅤㅤㅤㅤㅤㅤTERROR IN THE DEPTHS OF THE FOG
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Ryu está agotada. La falta de respuestas a cada pregunta que aparece en su cabeza tan pronto da un solo paso está desgastando más y más con su paciencia. La ira, contenta, no duda en juguetear enredándose entre sus piernas como si de un gato quien anhela por cariños se tratara. No comprende cómo es posible aquella prisión le esté conduciendo siempre hasta abajo; le parece imposible que la cárcel se hubiera erosionado a tal grado donde la concepción del ‘fondo’ raya con lo improbable. Un incómodo pensamiento le acompaña cada que una escalera aparece ante ella: está descendiendo hasta el in****no.
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En realidad, hay algo que le incomoda. Cuando entró al museo histórico y descubrió el acceso secreto que conducía a la prisión Toluca bajo el edificio, pasó de ella. No tenía intención alguna de perder el hilo a su objetivo mirando sitios abandonados donde el peligro inunda cada rincón. Pero aquella nota con un número de celda que encontró en una de las vitrinas del museo no la dejaron tranquila. ¿No sería importante ir a echar un vistazo? Su vida estaba en constante riesgo y se encontraba varada sin pistas a dónde continuar… a excepción de aquella celda. Los extraños monstruos parecieron haber desaparecido una vez aquella vecindad de apartamentos llena de sangre y restos humanos quedó atrás y desapareció; ojalá lo mismo sucediera en su memoria.
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Toda idea racional, a esas alturas, no tenía sentido. Conforme avanzó en los pasillos, las leyes de la gravedad parecían desconocerse puesto que caminó por las paredes y el mismo techo. Tal vez podría ser su percepción. Estaba agotada y asustada hasta la médula. De igual no es que el ambiente se lo dejara para nada sencillo. En los largos pasillos que contenían solo diez celdas hacía un frío gélido. Las puntas de sus dedos tomaban un color lila por la baja temperatura existente y por más que se guardaba las manos en los bolsillos de su chaqueta, no era suficiente. Las paredes de la prisión estaban llenas de mugre y con manchas negruzcas que dudaría fuese solo polvo o tierra seca cuando las tuberías de agua cedieron y ayudaron a hundir más la prisión. Sin importar lo tan positiva que quisiera ser al creer que todo era producto natural del pasar de los años, existía un hecho real imposible de ignorar o desacreditar: apestaba a muerte.
Por suerte -o dependiendo del lado de la moneda que cada uno desea mirar- no todas las celdas ni habitaciones estaban abiertas. Existían dos corredores: norte y sur, estos mismos rodeaban lo que parecía ser el comedor y al fondo se encontraba el inmenso patio. O por lo menos así lucía desde el borroso mapa que encontró en una de las mesas de inspección antes de entrar al bloque A de celdas. Sin embargo, en cuanto dio con la número 23, la que venía anotada en el pequeño papel que encontró del anuncio, enmudeció por completo a lo que encontró.
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No entendía porque, como lo que pasó en su apartamento, había nombres y situaciones referente a su pasado. Sí, la placa en la celda tenía su nombre: Sihn Ryujin. Además, habían apilados encima del camastro un sinfín de hojas sueltas sobre el accidente de Chaeryeong. ¿Qué es lo que estaba sucediendo? De nueva cuenta no entendía. A un lado de aquellos papeles, restos de periódicos y artíc**os sin coherencia alguno ante la falta de partes en cada uno, había por igual un retrato. En realidad, era una pintura. No sabía qué le inspiraba preocupación, si fuese el marco desgastado que mantenía manchas negras y que, al pasar uno de sus dedos, la yema acabó pegajosa; imposible era no vomitar. El retrato, por otro lado, mostraba algo que le revolvió aún más el estómago. Imponente y de igual aterrador, el hombre con cabeza de pirámide era rodeado por personas invertidas sujetas al techo, tal vez la sangre en la pintura se escurría por el marco para cobrar vida. Un sonido ensordecedor de la puerta abriéndose se escucha por el pasillo y le roba toda pizca de concentración.
—¿Quién anda ahí? —inquiere con una valentía que no sabe cómo es que tiene. El silencio habría sido un buen emisor, sin embargo, el metal arrastrándose es lo que devolvió la pregunta: ¿dónde estás tú? Ryu palideció—. Tiene que ser una p**a broma.
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Al salir de la celda se encontró ni más ni menos con el protagonista del retrato. Al fondo del pasillo, justo en el corredor para poder entrar a las duchas del ala oeste y al comedor en el este, el hombre con cabeza de pirámide esperaba por ella. Se movía lento puesto que la larga espada era lo suficiente pesada como para moverla con facilidad, además que el espacio era estrecho. Notó lo difícil que le era doblar el brazo para atacarla y, aprovechando que la balanza parecía -por esta ocasión- estar de su lado, la rubia emprendió carrera al otro extremo. Temía entrar al patio y verse acorralada puesto que no habría otra salida mas que tomar el bloque B de celdas al norte de la prisión, sin embargo, pasar a un lado de él sería imposible.
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Por mucho que de pequeña jugó a enfrentarse a monstruos imaginarios o poner su vida en peligro para alimentar la valentía y el coraje, jamás pensó enfrentarse a una situación así. ¿Cómo es posible emitir palabra alguna? No puede maldecir, no puede amenazar ni tratar de amedrentar, sus labios lo único que exhalan, además del pesado aliento porque a causa de los nervios y el temor le es difícil realizar la tarea de llevar aire a sus pulmones -porque sí, su cuerpo en automático lo único que piensa es en huir-, son balbuceos sin coherencia alguna.
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Una vez que llegó al patio, su mayor temor se hizo realidad: el acceso al bloque B estaba bloqueado. ¿Cómo podría escapar de esa? Resultaba imposible. Agregando más leña a la hoguera, el hombre cabeza de pirámide destrozó la puerta de hierro lazándola con una impresionante fuerza hasta que topó al fondo de la muralla del patio. El filo de la gigante espada le puso los nervios de punta. No podía morir de tal forma.
Al centro del patio se encontraba una horca bastante antigua. Era de madera que, por los años, parecía con cualquier cosa cedería hasta el suelo. Una vez que subió a la misma, con mucho cuidado, notó que, bajo una de las cuerdas, en el suelo, había un agujero demasiado estrecho y oscuro. ¿Sería correcto lanzarse? No lo sabía. En realidad, pensaba que no, podría morir de la caída o podría lastimarse si había alguna tubería salida. Sin embargo, no se quedaría ahí para esperar que la espada la partiera a la mitad. Cerró los ojos y se lanzó.
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La oscuridad le saludó una vez más. Ryu se estaba acostumbrando a ello. Sólo esperó que aquella ausencia de toda luz fuese producto de la caída y no de haber mu**to cuando el hombre cabeza de pirámide izó su espada contra ella, destruyendo la horca encima suya.
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Esperaba sobrevivir un poco más.
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