25/02/2023
Somos familia
Fue un jueves de tardecita, ya caía el sol, el viento estaba templado. Tuvimos que viajar varios kilómetros por la autopista a una ciudad cercana para encontrarnos con él. La gente de la protectora de animales nos esperaba para firmar los papeles en una veterinaria del lugar. En realidad, si bien legalmente estaban reconocidos como una entidad de rescate y ayuda de perros y gatos, solamente la constituían un grupo de mujeres que un día habían planeado hacer algo organizado con respecto al abandono de las mascotas y formalizaron esta asociación. Anteriormente me habían explicado que no eran más de seis o siete personas, que aún no tenían sede física ni recursos otorgados por el gobierno, así que en sus propios hogares daban acogida de tránsito a los animalitos abandonados y todos los gastos de transporte, comida, medicación y otros eran costeados por su cuenta. Por suerte habían encontrado esa veterinaria, donde nos reuníamos, que les hacían descuentos en todos los servicios. De admirar.
Después de contactarnos a través de la página de internet, cumplimentar unos datos, hacer una entrevista, encontrarnos en Valencia con la dueña anterior y Danko, se decidió la adopción. Fueron días largos para nuestra familia porque realmente deséabamos que viviera con nosotros y teníamos que cumplir algunos requisitos. Danko es un labmaraner, cruza de labrador con weimaraner, y del lado de estos últimos primos hereda una intensa ansiedad de separación, que no siempre se le hace fácil manejar a la familia que lo adopta. En fin.
Más o menos tres horas estuvimos en el lugar, corroborar datos, vacunas, aplicar las que faltaban, colocar el chip, gestionar su pasaporte y su DNI, que luego me llegaría a casa. Firmas y más firmas. Con Danko también nos entregaron su comedero, su correa, su pelota favorita, un spray antipulgas y una bolsa de comida. Él miraba todo muy atento y yo lo miraba a él. ¿Cómo hago para que esto no le sea doloroso?, pensé. Si bien los dueños anteriores se habían preocupado para que el cambio fuera lo mejor posible, no dejaba de ser una despedida. Danko seguía mirando todo, caminando nervioso por la veterinaria, no se quiso pesar y gruñó cuando le pusieron las vacunas que le tocaban.
Agachados todo el tiempo, con mi hijo el menor, le hablábamos con voz suave explicándole lo que estábamos haciendo. No creo que Danko hubiese entendido el relato, pero sí entendió la actitud corporal y el tono de voz. De repente, en medio de la situación nos miró a los ojos y creo, decidió confiar en nosotros.
Ya de noche, cuando bajó el sol el episodio había terminado. Danko como si nada, como si nos hubiera conocido de toda la eternidad, caminó hacia el coche al lado de mi marido que solo tuvo que decir "Vamos Danko". Volvimos a casa por la misma autopista que habíamos llegado, ahora todo oscuro. En los asientos traseros mi hijo de un lado, Danko en el medio y yo del otro. Ya no decidimos hablarle más, se lo veía agotado, así que, despacito en un volumen muy muy bajito le cantamos una canción que yo había aprendido de niña y que le cantaba a mis hijos para dormirse cuando eran bebes. "El león de algodón duerme en su sillón. El león de papel toca el cascabel...". Nos pareció acorde a la situación, suena como una nana suave y repetitiva.
Todavía nos seguíamos preguntando qué hacer para que a él no le fuera tan doloroso este tránsito. Así que en medio de la oscuridad, en medio de un viaje que tenía ida pero no tenía vuelta lo abrazamos, no tan fuerte porque tanto no nos conocía aún, y le cantamos con nuestras mejores intenciones. Parece ser que a Danko le gustó porque nos miró a los dos, se acurrucó bien acurrucado, bajó la orejas y se durmió.
Desde ese día todo cambió. Desde ese maravilloso día vive con nosotros. Desde ese día somos familia.