19/02/2025
Lila: Un Amor Que Nos Acompañará Siempre.
Hace trece años y tres meses, nuestra familia cambió para siempre. Nuestra hija menor, Miranda, soñaba con tener una mascota, y su deseo fue recompensado con la llegada de Lila, una pequeña Shih Tzu que se convirtió en la alegría de nuestro hogar. Desde ese primer día, entendimos que ella no solo sería una mascota, sino un miembro más de nuestra familia, una compañera inseparable que llenaría cada rincón de amor y felicidad.
Lila vivió una vida plena, rodeada de cariño y atenciones como toda una reina. Las épocas de verano en la piscina eran su máxima emoción, nadie ocupaba su lugar mientras disfrutaba con nosotros esos días soleados. En Navidad, su escondite favorito era debajo del árbol, como si supiera que esa temporada traía magia y momentos especiales. En las noches, su lugar era a mi lado en el mueble, se quedaba dormida, esperando pacientemente hasta que terminara de ver una película o un juego de baloncesto para subir juntos a dormir.
Lila dormía en nuestra habitación, como parte inseparable de nuestro hogar. Y si esa noche decidía que quería dormir en la cama, había que hacerle su espacio entre medio de nosotros dos. No había negociación, era su derecho adquirido con los años. Se acomodaba como una más, sabiendo que pertenecía ahí, entre su familia, en el lugar donde siempre fue amada.
Los días en el parque eran memorables, pero lo que más nos hacía reír era verla convertirse en una "ejecutiva" más en nuestras oficinas. No importaba que estuviéramos reunidos con clientes en la sala de conferencias, Lila tocaba la puerta con su patita para entrar y acompañarnos, como si tuviera voz y voto en nuestras decisiones. Así era ella: parte de cada momento, de cada historia, de cada alegría que vivimos juntos.
Pero el tiempo no perdona, y hace unos meses comencé a notar algo distinto en ella. Su respiración se aceleraba sin motivo, su mirada reflejaba un cansancio que nunca antes había mostrado. Esa madrugada la llevamos a emergencia, y tras varias pruebas, ecocardiogramas y radiografías, nos dieron la noticia que nunca quisiéramos escuchar: su corazoncito estaba agrandado y sus pulmones llenos de líquido. Fue el inicio de un camino difícil, donde la veíamos perder su brillo poco a poco.
Desde ese día, Lila comenzó a ser medicada dos veces al día, a las 6 de la mañana y a las 6 de la tarde. Yo me levantaba a las 5:30 a.m. para ayudarle a bajar las escaleras con calma, la sacaba para que hiciera sus necesidades y luego le daba su medicamento envuelto en un pedacito de pechuga de pollo. Éramos un equipo, uno excelente. Un equipo que funcionaba con amor, con paciencia, con esa complicidad que solo se construye con los años.
Su caminar se hizo más lento, su energía disminuyó, pero nunca estuvo sola. Le cerramos el acceso a su área favorita en la escalera para evitar que hiciera esfuerzos innecesarios. La edad avanzaba y su cuerpecito la iba limitando, pero aún así, cada día le recordábamos cuánto la amábamos. No pasó un solo día sin mirarla a los ojos y decirle lo especial que era. Creí que con eso me estaba preparando para el momento de su partida, pero estaba completamente equivocado.
Esa madrugada, su corazón simplemente dejó de latir. A las 8:23 a.m., recibí la llamada que jamás olvidaré. Mi mente quedó en blanco, mi cuerpo en shock. Decirle a mi esposa lo que había ocurrido fue desgarrador, ver su mirada rota por el dolor lo hizo aún más real. Llamar a nuestras hijas y repetir esas palabras imposibles de pronunciar fue igual o peor.
Hoy sé que nunca estaremos preparados para una pérdida así. Porque el amor incondicional lo llena todo, y Lila nos dio más de lo que jamás podríamos haber imaginado. Su ausencia se siente en cada rincón, en cada rutina, en cada momento donde antes estaba y ahora solo queda el recuerdo.
Gracias, Lila, por enseñarnos el verdadero significado del amor. Ahora estarás en nuestros corazones para siempre, y aunque el hogar nunca volverá a ser el mismo sin ti, tu luz nos acompañará en cada paso que demos.
Descansa, mi niña hermosa. Nunca te olvidaremos.
Este escrito, de la autoría de David Santiago Torres, nos deja un emotivo mensaje sobre la profunda huella que nuestros fieles compañeros dejan en nuestras vidas. Ya sea un perro, un gato, un pájaro o cualquier ser vivo que nos regale su amor incondicional, su partida deja un vacío imposible de llenar, pero su recuerdo permanece eternamente en nuestro corazón.