Cruzando el Puenterojo
Todo inició con Rocko, un pitbull de unos 8 años que llegó a nosotras gracias a un reporte, nunca habíamos conocido a un perro así, es decir, grande, fuerte, imponente... pero con la mirada más dulce que jamás había visto en un perro. Tenía heridas en su cuerpo, algunas frescas y con los días nos dimos cuenta que todo su cuerpo estaba cubierto por cicatrices, sobre todo su rostro, cuello y extremidades. La sugerencia médica fue dormirlo, sin embargo, él me eligió a mí. Y con ese temor de lo desconocido lo llevamos a casa. Lo que pasó después fue una de las más maravillosas experiencias que he vivido. Rocko me enseñó a cuidar de él, enseñó a los demás perros de la manada cómo comportarse, cuidó los bebés de otras camadas e incluso se dejó seducir por una lo**ta de 3 meses que jalaba de sus cachetes de pitbull. Rocko fue a la escuela de conducta, llevaba una mochilita roja del hombre araña, mi hermoso corazón de pitbull estaba aprendiendo a ser feliz.
Hace dos años le diagnosticaron osteosarcoma. Y vivió sus últimos meses en la estancia, salía al sol y abrazaba su puerco. Rocko tendría 13 años cuando partió de nuestro lado.
Después de Rocko, a la estancia han llegado muchos que como él, han tenido el corazón de pitbull para sobrevivir en las calles el hambre, las enfermedades, el maltrato, el abandono... el olvido. Muchos han cruzado el puente rojo hacia una nueva vida, nuevas familias que abren sus corazones a la adopción de perros especiales, pero otros tantos han permanecido en la estancia por sus condiciones clínicas especiales.
Además de contar con servicio de pensión para ayudarnos en la manutención de nuestros ponterossianos, la siguiente etapa de la Estancia Canina Ponterosso se perfila para adecuar el pequeño hospital para la recuperación de perros de rescate.