13/08/2024
El perro parecía estar hecho para la vida junto a Picasso.
En la primavera de 1957, la Villa Californie en Cannes se llenaba de luz y arte. Pablo Picasso, el genio de la pintura, vivía rodeado de lienzos, esculturas y la compañía de su última compañera, Jacqueline.
La villa era un lugar donde el arte se fusionaba con la vida diaria, y donde los animales tenían un papel casi tan importante como las personas. Yan, el disciplinado bóxer, y Esmeralda, la cabra que reinaba en el jardín, compartían el espacio con las majestuosas esculturas de bronce creadas por el maestro.
Fue en este contexto donde entró en escena un pequeño teckel llamado Lump. El perro, cuyo nombre significa “bulto” en alemán, llegó a la villa de la mano del fotógrafo David Douglas Duncan, quien planeaba quedarse unos días en la residencia de Picasso.
Lump había vivido una vida agitada, viajando entre Stuttgart y Roma, y había soportado la compañía no tan amigable del galgo afgano de Duncan, que lo celaba sin tregua. Pero desde el primer momento que Lump, puso sus pequeñas patas en la villa de Picasso, algo cambió.
El perro parecía estar hecho para la vida junto a Picasso. Duncan, había llevado a Lump, pensando en una visita temporal, pero el pequeño teckel se negó a irse. Se acomodó en la casa, explorando cada rincón con la confianza de quien ha encontrado su hogar.
Picasso, observando la actitud del perro, sonrió con la misma chispa de curiosidad que reflejaban sus obras. “Lump es Picasso”, declaró el artista, en un juego de palabras que marcó el comienzo de una relación especial.
Lump se convirtió en el compañero inseparable de Picasso. Lo seguía a todas partes, observaba mientras el maestro pintaba, y se convertía en parte del paisaje artístico que lo rodeaba.
Picasso no tardó en inmortalizar a Lump en su arte. El pequeño teckel apareció en 58 de sus obras, capturado con el mismo cariño y detalle que Picasso ponía en todo lo que amaba.
Lump no solo era una mascota; era un reflejo del propio Picasso. En su sencillez y lealtad, Lump representaba la conexión profunda que el artista tenía con la vida, una conexión que se manifestaba en cada trazo y pincelada.
Los dos vivieron juntos hasta el final de sus días, con Lump falleciendo tan solo diez días después de la muerte de Picasso en 1973. Su partida fue un testimonio silencioso del vínculo que compartieron, un vínculo que, como las obras del maestro, permanecerá inmortalizado en el tiempo.
La historia de Lump y Picasso es más que una anécdota de la vida de un gran artista; es un recordatorio de cómo los lazos más profundos pueden formarse en los lugares más inesperados, y cómo el amor y la lealtad pueden inspirar obras de arte que perduran por generaciones.
Investigación realizada desde la web.