11/10/2023
CÓMO (NO) EDUCAR A UN HUSKY. NI A NINGÚN OTRO PERRO
Hace unos 30 años, cuando mi primer husky entró en mi vida, el procedimiento educativo que yo aplicaba era el siguiente:
Me pegaba a él como una lapa.
Le observaba muy atentamente.
Si hacía algo que no me gustaba, le regañaba.
Si volvía a hacer ese algo, le regañaba con más ganas.
Si hacía algo nuevo que no me gustaba, le volvía a regañar.
No lo recuerdo bien, que ha llovido mucho, pero seguro que alguna colleja se llevó.
En la calle, tirones de correa para apartarle de aquello que no me hacía gracia.
Y una vez suelto, a pedir ayuda a cualquiera para volver a atraparlo.
Porque ni me miraba.
Ignoraba mis llamadas.
Se mantenía alejado de mí.
Y más de una vez y más de dos, se escapaba.
Probablemente, de mí.
Lo normal.
Yo en su lugar hubiese hecho lo mismo.
O quizá no hubiese vuelto nunca más.
Yo solo seguía las instrucciones y consejos de todos los que ya tenían perro antes que yo.
Con mi segundo husky algo cambió.
Y es que cuando algo nos va mal, nos quejamos.
Pero cuando ese algo va realmente muy mal.
Catastróficamente mal.
Entonces, y solo entonces, es cuando movemos el c**o, y hacemos algo para cambiar.
Que no es lo mismo que algo vaya mal a que sintamos que va mal.
Si lo sientes, bien adentro, es cuando realmente te pones las pilas.
Bien.
El segundo husky ya se llevó una “educación balanceada”.
Le seguía (con mucho menos interés, todo sea dicho) para comunicarle lo que no me gustaba, y le guiaba con premios hacia lo que sí me gustaba.
El resultado fue mucho mejor.
Al menos para mí.
Igual mi husky no pensaba lo mismo, pero él no tenía ni voz ni voto, así que nada.
Después de esas ha habido unas cuantas cagadas más.
Que treinta años de ensayo y error dan para mucho.
Hace 20 años, uno de mis huskies se llevó un Alpha roll de regalo por pelearse con otro perro.
Aunque ni el otro perro ni él pidieron justicia de ningún tipo.
Ni yo sé quién empezó o por qué se peleaban.
Era muy id**ta.
Yo, no mi perro.
Jimena se tuvo que tragar unos cuantos tirones de correa de mi parte.
Porque era “”””reactiva””””” con gatos.
Y se ponía como loca.
De eso hará unos 10 años.
Luego algo terminó de hacerme clic en la cabeza, y empecé a ser menos id**ta.
No fue de un día para otro, que estas cosas llevan su tiempo.
Pero pasó.
Y cuando encontré un camino que me pareció que me daría algo de paz, y que le aportaría eso mismo a mis perros, lo tomé.
Menta inauguró ese camino desde el primer día a mi lado.
(Era un galgo viejo que vino en acogida y se quedó para siempre)
Y los resultados a día de hoy todavía me fascinan y asombran a partes iguales.
Era tan fácil.
Tan sencillo.
Y tenía tanto sentido.
Que si no viene alguien desde fuera a decírmelo igual jamás lo hubiese descubierto.
O lo mismo habría tardado otros 30 años, qué sé yo.
Vamos, que no pienses que es que soy una persona dotada de una gran inteligencia o perspicacia o con un don especial para leerle la mente a los perros.
Para nada.
Simplemente había “algo” hormigueándome el cerebro un día sí y otro también.
“Tiene que haber un modo mejor de enfocar todo esto. Un modo mucho más
sencillo”.
Y lo hay.
Me he pasado los últimos 30 años haciendo ensayos y errores, y finalmente he encontrado un camino con el que me siento muy a gusto.
Y parece que mis perros también.
Tú puedes aprovecharte de eso, y disponer de los aprendizajes de muchos años, muchas pruebas, muchos fracasos y muchos perros mediante.
Pero sin el riesgo de cagarla por tu cuenta.
Y un buen primer paso es apuntarte en mi web a los correos gratuitos que envío a mis suscriptores. Si no piensas que sigo siendo id**ta, algo podrás aprender de ellos.