25/07/2022
¿PREFIERES EDUCACIÓN "EN POSITIVO" O MANEJO AMABLE?
Juguemos al juego de “imagina”.
Imagina que le tienes un miedo atroz a las abejas.
Eso es fácil, ¿verdad?
Imagina que te gusta ir al campo con amigos, pero cada vez que una abeja te zumba cerca, te alteras una barbaridad.
Gritas, saltas, corres en círculos, das manotazos.
Y a veces alguna abeja te pica, claro.
Lo que sirve para reafirmarte aún más en lo de que las abejas te den pánico.
Ahora imagina que uno de tus amigos, por querer ayudar
(Y porque está bastante harto de tus numeritos, que le parecen excesivos, histriónicos y sin sentido)
Te pide un día que le acompañes a un sitio.
Tú te fías y vas con él.
Cuando estás llegando, te sujeta de un brazo y te acerca a unas cajas de madera que hay entre los árboles.
Son colmenas.
En cuanto te das cuenta todas tus alarmas se disparan.
Pero tu amigo, muy calmado, y en silencio, te sujeta para que no puedas moverte.
Y te tapa la boca, para que no grites.
Y se queda así, esperando.
Las abejas entonces, que aparecen por cientos, empiezan a posarse sobre ti.
Las notas rozando tus brazos.
Las ves posándose en tu cara.
Las sientes revolviendo entre tu pelo.
Docenas de abejas paseándose por encima de ti como si fueses una margarita.
Finalmente, tu amigo te suelta y te comenta que gracias a que ha bloqueado tu absurda reacción, tú has podido disfrutar de una experiencia única.
Una experiencia que no habrías podido vivir si te pones como loca cuando ves una abeja.
¿Te lo imaginas?
Vale, pues tú no sé lo que harías después, pero yo lo tengo muy claro.
Por lo pronto, mi amigo acaba de convertirse en mi ex amigo.
Y por descontado, nos veremos en los juzgados.
Aunque quizá antes le muerda, si me quedan fuerzas.
A mí las abejas me dan miedo, no sé tú qué tal lo llevas.
Pero no grito, ni corro, ni manoteo.
Ese miedo me acompañará toda la vida.
Y me da igual, porque sé que lo tengo bajo control.
Puedo permanecer quieta, muy quieta, cuando una abeja zumba a mi alrededor o se me posa encima.
Luego se va, y yo recuerdo que tengo que seguir respirando.
Para mí es suficiente.
La idea de una experiencia en la que cientos de abejas se me paseen por encima sencillamente me produce mareos.
No necesito para nada vivir esa experiencia.
Ni siquiera en mi imaginación.
Ahora pensemos en un perro.
Un perro al que le ponen un bozal porque muerde a otros perros.
Y entonces le lleven a un “relajante” paseo “en manada”.
Con otros perros que, por cierto, tampoco están allí voluntariamente.
Y el perro con bozal les embiste.
Les gruñe y les ladra.
Les persigue y trata de atacarles, pero no puede morder.
Los otros perros no saben ni dónde meterse, porque lo de ese perro no les parece normal.
Sufren y lo pasan mal durante el paseo, porque no entienden que otro perro les ataque y les persiga.
Y tampoco pueden comunicarse bien con él, porque el bozal le tapa media cara.
Pero espera.
Ese perro, gracias a que le han puesto un bozal, ha podido disfrutar de una experiencia que de otro modo no podría vivir.
¿Really, George?
¿Alguien le ha preguntado a ese perro si le apetece vivir semejante experiencia?
¿A alguien se le ha ocurrido pensar que a los demás perros tampoco les ha hecho ninguna gracia la experiencia?
¿Alguien se ha molestado en darle vueltas a por qué ese perro muerde a otros perros?
¿A alguien le importa de verdad ese perro, o solo buscan eliminar la conducta como sea?
¿Alguien está escuchando?
O simplemente entendiendo que el daño que le puede hacer un perro a otro no es solo físico.
Esto te lo cuento porque me está llegando mucho últimamente.
El fabuloso manejo positivo en el que perros que son muy reactivos o que agreden a otros son obligados a pasear “en manada” con bozal.
Para que así aprendan a gestionar el asunto.
Y puedan “disfrutar de una experiencia que de otro modo no podrían vivir”
(Esto lo he copiado textual de la gente que propone este manejo)
Bien.
Tú no sé, pero yo te recuerdo a mi ex amigo y los juzgados.
Ah.
Y que morderé.
Tal vez no ahora, porque me has puesto bozal.
Pero sí en otro momento.
A otro perro.
A un niño que me quiera acariciar.
A tu hijo.
A ti.
Porque un perro que muerde está gritando.
Y cuando alguien grita, suele ser porque nadie le escucha.
Si quieres que tu perro deje de gritar, olvídate de bozales y paseos forzosos “en manada”.
Y empieza a escuchar lo que trata de decirte.
Entonces, y solo entonces, dejará de morder.
De gruñir.
De ladrar.
Y tú podrás disfrutar de paseos tranquilos y de una complicidad real con tu perro.
Y si te gusta la idea, puedes aprender más en comunicacionyrespeto.com