04/03/2022
FLORES DE BACH PARA MICHIS
Parte 1
La medicina alternativa y la homeopatía tienen muchísimos detractores. No voy a entrar en debate. Sin embargo, México es uno de los países más ricos en plantas medicinales cuyo uso y efectividad está comprobado. La UNAM, incluso, tiene un extenso compendio sobre herbolaria mexicana y han dedicado tiempo en su investigación. Pero, ese no es el tema aquí.
La mayoría de los médicos aseguran que el efecto de este tipo de medicina alternativa es enteramente placebo, y en muchos casos no están errados. Pero, ¿qué pasa cuando quienes ingieren estos preparados no lo saben o, mejor aún, ni siquiera son sujetos que puedan ser sugestionables? Estoy hablando, por supuesto, de los animales no humanos.
Lo que voy a contar es mi propia experiencia utilizando algunos preparados a base de flores de Bach, y otras plantas, en mis propios gatos. No voy a mencionar la marca que estuve empleando porque esto va a parecer un comercial pagado – pero, si les interesa, pueden enviarme mensaje privado y con gusto les proporciono información –.
A lo largo de la última década fui adoptando gatos que llegaron a mí de distintas formas y, por supuesto, cada uno tenía su propia historia.
Uno de esos gatos, quien ahora tiene nueve años, fue un gato que rescató otra persona de un caso de negligencia. En resumen, él y sus hermanos crecieron con poco contacto humano, aunque su madre sí tenía tutores – que no se le puede llamar hogar porque vivía en un taller mecánico en completo abandono –, y como sabrán, a diferencia de los perros, los gatos tienen pocas semanas para socializar con otras especies, incluido el humano, antes de que se tornen en gatos parcial o totalmente ferales – aunque también influye la genética –.
Cuando este gato llegó a mí ya tenía cuatro meses de edad y era un manojo de nervios. Por fortuna el par de gatos que entonces tenía lo recibieron bastante bien y la más joven lo adoptó como a un hijo y se encargó de terminar su crianza – una tradición que después el pagó al encargarse de la formación de la siguiente gata que adopté, y ésta a su vez hizo lo mismo con la siguiente, y así sucesivamente –.
El pobre gato no se dejaba tocar y todo el tiempo tenía la vista con esos ojos desorbitados llenos de miedo. Era imposible pasar a su lado sin que emprendiera carrera a esconderse debajo de algún mueble. Con el paso del tiempo se relajó un poco, pero era tan nervioso que desarrolló gastritis nerviosa.
Siempre le di su espacio y le permití estar tan cerca de mí como él quisiera sin atosigarlo, pero era triste ver que se asustaba con el mínimo movimiento, a pesar de que le gustaba mucho jugar a perseguir juguetes y cordones. En general era un gato normal aunque digamos, miedoso.
Años después, cuando introduje a otro gato a la familia. Este gato, a diferencia de la mayoría que habían llegado a mí, era un gato ya prácticamente adulto – calculo tendría 16 meses cuando lo rescaté –. Keanu, como se llama, me conocía desde pocos meses de edad, pero básicamente era semi feral y durante el año que lo estuve alimentando en la calle, nunca pude acercarme a él a más de metro y medio de distancia. Tuve que sacarlo de la calle de emergencia cuando noté una herida infectada que no le permitía ya ni comer. Después de la esterilización, no tuve corazón para regresarlo a las calles.
Lo tuve aislado algunos meses en otra zona de la casa, con la esperanza de rehabilitarlo y socializarlo, pero no había habido muchos avances realmente. Sin embargo, una remodelación en la vivienda me obligó a sacarlo de aquel cuarto y llevarlo a mi habitación, con el resto de mis gatos.
No hubo tiempo para presentaciones ni formalidades felinas. Algo que en general no debe hacerse, no obstante estaba segura que ninguno de los otros gatos lo atacaría – aunque ese error me costó que en la actualidad un par de ellos sólo lo toleran pero no permiten que se les acerque –.
No quiero alargarme demasiado en esta historia, como tengo por costumbre, pero aseguro que tanto rollo tiene un propósito.
Las prisas por llevarlo de un cuarto a otro y la falta de ejercicios de introducción ocasionaron que el pobre gato se sintiera terriblemente asustado. Así que eligió el lugar más seguro que encontró en la pequeña habitación: debajo de la cama – que por fortuna no es pequeña y le dejaba un, relativamente, gran territorio –.
Como no salía de allí abajo ni para comer o beber agua durante el día sino hasta la noche cuando creía que estaba seguro porque todos dormíamos, tuve que ponerle tazones para que comiera y no se deshidratara. Y esto es lo peor que se puede hacer porque fomentas su actitud, pero necesitaba tiempo para que se acostumbrara a todos. El problema era que la pobre criatura salía de noche para usar el arenero, pero por supuesto no podía aguantarse todo el día y constantemente tenía que limpiar o***a y heces del suelo.
Como por aquel entonces tenía otros gatos en rehabilitación, en realidad no me quedaba mucho tiempo para atenderlos a todos. Así que me limitaba a hacer lo mejor que podía por Keanu.
Por suerte, entre una de las visitas a la clínica veterinaria, salió el tema de este par de gatos con altos niveles de estrés y la médico me recomendó unas gotitas de terapia floral grado veterinario de las que, por aquella época, la clínica era distribuidora. Y como de cualquier manera no tenía nada que perder, las compré.