26/11/2024
El 25 de noviembre de 2020 moría Nome, mi perrhijo. La historia la conté muchas veces. Muchos de acá la conocen. Y aunque la cuento seguido, porque es la explicación de quién soy hoy, sé que le puedo dedicar unas pocas palabras antes de que me quiebre la voz. Esto no puedo grabarlo, tengo que escribirlo.
Así que como ya la sabemos, pasamos a lo que dejó Nome.
En la despedida que escribí ese día, dije: “Un día, la tristeza de estos días dará paso a la alegría inigualable de haber sido TU persona en el mundo, y vos…Mi perro amor”.
Y ese día ha llegado.
El dolor y la impotencia de la partida de Nome me ha llevado a la búsqueda incansable y desvergonzada, de saber más, y saber cosas mejores.
Todo lo que ustedes reciben de mí, para sus animales, lo reciben porque Nome existió, pero sobre todo, porque Nome murió.
Todo lo que les enseño y aplico, todo lo que sé de energías y estrés, de alimentos, y plantas. Todo, lo aprendí porque Nome se me fué.
Nada de esto pude hacerlo con él.
Si no, probablemente estaría acá.
Pero si estuviera acá…¿yo estaría acá? ¿Sabría lo que sé?
Son esas cosas que tiene la aceptación y la trascendencia.
Una resignación pacífica, y, al final…una luz de entendimiento.
Es que uno cree que nunca va a poder agradecer el dolor, y al final… no es un “gracias” común, de los que se responden con ¡de nada!.
Es un gracias de oración, de súplica, de paciencia, de humildad.
No me canso, ni me cansaré de ser autorreferencial con él. Realmente, yo la primera, pero todos los que me leen y alguna vez han aprendido algo conmigo, se lo debemos a Nome.
Él me llenó el corazón, lo agrandó… yo creía que sólo de amor por él, pero los perros no son egoístas: simplemente me dejó un corazón mejor, un corazón capaz de desear para otros animales, la salud que no pude darle a él, sin ningún resentimiento.
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