12/09/2022
HISTORIA DEL PERRO SAN BERNARDO
– La historia de los perros de rescate del hospicio “Gran San Bernardo”
En el paso de montaña del Gran Monte St. Bernhard, a 2.469 metros sobre el nivel del mar, unos monjes fundaron en el siglo XI, un hospicio para viajeros y peregrinos. Allí se criaron, desde mediados del siglo XVII, perros grandes de montaña para guardia y vigilancia.
La existencia de aquellos perros está documentada gráficamente desde 1695 y por escrito en unas crónicas del hospicio desde el año 1707. Estos perros pronto se utilizaron como perros de escolta y, especialmente, como perros de salvamento para viajeros perdidos en la niebla y la nieve. Existen crónicas publicadas en muchos idiomas sobre las numerosas vidas que fueron salvadas por estos perros de la “muerte blanca” y relatos de soldados que cruzaron el paso de montaña con Napoleón Bonaparte hacia 1.800, en el siglo XIX, que extendieron la fama del perro de San Bernardo por toda Europa.
Los primeros perros de rescate reconocidos fueron los antepasados del actual San Bernardo, perros que eran propiedad de los monjes de los hospicios de la abadía de San Bernardo en Suiza y que eran descendientes de los molosos de los soldados Romanos, o perros de carnicero. Aunque los monjes decían que sus perros fueron obtenidos por el cruce de una dogo alemán y un mastín del pirineo….
Lo que esta claro, es que fue el archidiácono Bernard quien al ir de aldea en aldea, pueblo a pueblo y cruzar valles y montañas muy peligrosas en aquella época, para predicar el cristianismo se rodeo de perros grandes, rudos y resistentes al frío principalmente como protección para atravesar Los Alpes de punta a punta . Cuando fundo en el siglo X los dos hospitales cuya única misión consistía en acoger a viajeros cansados de sus largas caminatas montañosas , ofrecerles cobijo y comida no pensó jamás que sus perros llegarían a ser tan importantes en un futuro no muy lejano.
En un principio, los perros eran utilizados para tareas de trabajo, transporte y vigilancia. De hecho, en 1787 una treintena de bandidos que pretendían desvalijar el Hospicio fueron eficazmente ahuyentados por la sola presencia de aquellos enormes animales. Pero a partir de mediados del siglo XVIII, los monjes empiezan a utilizar a sus perros para el rescate.
En realidad, el Hospicio lo tenía todo muy bien organizado, y procuraba reunir a quienes deseaban atravesar el Puerto en grupos que viajaban acompañados por un “marronier” o guía.
El “marronier” llevaba siempre consigo a uno o varios perros, para que le sirviesen de protección y ayuda e incluso para transportar pequeñas cargas en una especie de alforjas.
Era frecuente que algunos viajeros se adentrasen solos en la montaña, y en ese caso el “marronier”, en cuanto tenía noticias de ello, salía a buscarlos, siempre acompañado de su perro. Con un tiempo tan terrible, no era raro que los viajeros (o incluso los propios “marroniers”) quedasen atrapados en algún desprendimiento o avalancha, o resbalasen por los caminos helados.
Los monjes de los hospicios empezaron a utilizar a los perros sagrados puramente como animales de protección hasta que en 1750 uno de los monjes se dio cuenta de su potencial y empezó a adiestrar a los perros en tareas de salvamento, que acompañaban cada día al marronier ( criado- guía que ayudaba a atravesar la montaña a los viajeros, o que salía en su búsqueda si no llegaban a tiempo) . Gracias a su excepcional olfato, eran capaces de localizar a una persona enterrada bajo varios metros de nieve, y con su gran tamaño y su tremenda fuerza física conseguían abrirse paso hasta ella. También eran capaces de oír los gritos de auxilio desde grandes distancias, ante lo cual llamaban frenéticamente la atención de los monjes e incluso, según confirman las crónicas, a veces se lanzaban ellos solos al rescate. En estas ocasiones, los perros resultaban insustituibles. Se calcula que, a lo largo de dos siglos, los monjes y sus perros salvaron a unas dos mil personas atrapadas en la nieve, localizando además a más de doscientos cadáveres, que aún yacen en la “morgue” del Hospicio.
Cuando ocurría alguna desgracia y el viajero no podía ser rescatado en el instante, el marronier era el encargado de quedarse con la víctima y el perro acudía al hospicio en busca de ayuda. Después se fue perfeccionando y el marrronier era acompañado de tres o mas perros y siempre que se encontraba algún accidentado o viajero perdido, los perros santos, o perros de la hospedería, o perros de carniceros ( como eran conocidos entonces) se tumbaban a su alrededor para darle calor y el marronier era el encargado de ofrecerle los primeros auxilios, mientras uno de los perros iba en busca de los monjes. Existen leyendas que cuentan que los perros acudían en busca de viajeros perdidos llevando un barril de ron al cuello.
Aún hoy en día los monjes siguen criando perros según su tradición aunque no se utilicen ya como perros de rescate o salvamento, ni acudan en busca de personas perdidas por las montañas y valles de San Bernardo. La memoria colectiva hace que muchos les recuerden como la primera raza de perros dedicados al salvamento de personas y aunque los monjes han pasado por verdaderos apuros económicos y sus perros durante un tiempo pareció que hubieran estado relegados a los hospicios únicamente o como meros perros guardianes, parece que la justicia divina intercedió por ellos y los perros del valle de San Bernardo se siguen criando en la abadía que supuestamente dio origen a la raza con muchísima aceptación por parte de los amantes de los perros y de esta grande poderosa y útil raza pionera del rescate y símbolo nacional de Suiza.