07/01/2025
Hacía tiempo que un gigante se sentaba en el pecho de Alba cada mañana, al abrir los ojos. Se quedaba mirando al techo durante mucho rato, quién sabe cuánto, mientras sonaba el teléfono.
Podía ser cualquiera para cualquier cosa, recordándole que empezaba el día tarde, y ella lo oía pero no respondía. No podía hacerlo. Tenía un gigante sentado en el pecho.
Salía de la cama a rastras, se metía en la ducha, iba a trabajar, funcionaba. A veces tenía pequeña ráfagas de energía en las que se sentía capaz de hacer cosas, pero un comentario desafortunado, una fecha de entrega adelantada, algo inesperado, acababa con ellas.
A rastras también volvía a casa, a meterse en la cama de nuevo con su gigante, a ver la vida a través de una pantalla, deslizando vídeos y preguntándose si toda esa gente era tan feliz como parecía o sólo fingían.
Una tarde, Alba consiguió vestirse y salir a dar un paseo. El sol estaba escondido y hacía frío, y esos eran los días que más le gustaban.
Iba absorta en sus pensamientos, dándole vueltas a la idea de que, aunque aún no había cumplido los 30, se sentía un alma vieja. ¿Qué sentido tenía la vida? ¿Dónde estaba la ilusión y por qué se escondía?
Un pitido acompañado de un frenazo la sacó de su propia mente y se dio cuenta de que estaba lloviendo. Haría ya un rato, porque en realidad, estaba empapada. Alba buscó con la mirada el origen de aquel sonido y vio un bulto encogido en mitad de aquella carretera. Los coches de ambas direcciones habían parado y se unían nuevos pitidos de conductores molestos e inquietos. Pero nadie hacía nada.
Alba echó a andar en esa dirección y de pronto, se encontró a sí misma arrodillada en la calzada, alzando con la mano temblorosa -por el frío y por el miedo- hacia ese cuerpo encogido. Dos grandes ojos surgieron, de repente, entre aquel manojo de pelo mojado y huesos y algo se le clavó a Alba en el pecho. Pero todo pasaba demasiado rápido, así que no tuvo tiempo de averiguar qué era. Agarró a esa criatura y la sostuvo entre sus brazos mientras regresaba a la acera.
Alba volvió a caminar, esta vez tratando de digerir lo sucedido, y de nuevo se encontró frente al portal de su casa sin poder recordar ninguno de los pasos que había seguido.
Subió al quinto, abrió la puerta del p*so B, entró, se descalzó y dejó a la criatura en el suelo quien, temblando, se sacudió un poco el agua de encima. Aquello hizo reaccionar a Alba, que fue en busca de dos toallas. Primero la secó a ella, descubriendo que la perra era una hembra. Luego se secó a sí misma y se cambió de ropa. La perra y ella se miraron con extraña familiaridad y Alba pensó que no iba a saber cuidar de ella, pero lo hizo con una pequeña sonrisa en los labios que descubrió en el reflejo de la cristalera del balcón. Y allí es donde también vio que algo extraño asomaba cerca del corazón. Parecía una flecha, pequeña pero claramente sobresaliendo de su esternón. Sin embargo, no le dolía nada.
Aquellos descubrimientos fueron interrumpidos por un enorme barullo procedente de la calle. Alba se asomó al balcón y recordó que este año la cabalgata de Reyes Magos pasaba justo por su calle.
- Mira -dijo en dirección a la perra- ¡que ya vienen los Reyes! ¿Sabes quiénes son los Reyes Magos?.
Entonces frunció el ceño con disgusto y pensó que no tenía ningún regalo para ella.
A la mañana siguiente, Alba abrió los ojos antes de que el despertador sonara. Miró al techo, como cada mañana, pero había algo diferente. El gigante estaba de pie, mirándola y señalando la flecha que aún la atravesaba, que era tan puntiaguda que le molestaba e impedía que se sentase en su pecho, como cada día. Entonces, ella la agarró decidida a sacarla pero la perra subió a la cama de un brinco y le lamió la cara. A ella no parecía molestarle la flecha. Se levantó, se estiró y empezó a llorarle bajito mientras movía el rabito.
- ¿Quieres ir a la calle, chiquitita? ¿Sí? ¿Es eso? ¿Te haces p*s? Aguanta, ¿eh? ¡aguanta un poco que bajamos corriendo!
Volvía a llover a mares, ¡pero la perrita tenía que salir! Así que bajaron a toda prisa usando una cuerda de tender a modo de correa, y volvieron a subir empapadas pero con la vejiga de la perrita vacía, que era lo importante.
Cuando entraron en casa, Alba reía muy alto. Repitiendo la experiencia de la tarde anterior, fue a por dos toallas y puso la cafetera para ella, y un poco de caldo en el microondas para la perra.
Desayunaron en silencio y no fue hasta mucho rato después, que Alba se dió cuenta de que el gigante no estaba.
Entonces miró a la perra y le dijo:
- ¿Qué te parece si te llamamos Dora? Significa "regalo".
La perra fue corriendo en su dirección, como si esa fuera la confirmación de su aprobación, y se perdieron un rato entre caricias, juegos y algún beso.
Al levantar la mirada, Alba vio en el escritorio aquella carta que tantas veces le había pedido su madre. "Que ya sé que eres mayor, pero qué te cuesta ponerme lo que quieres para reyes, hija, y así no me caliento la cabeza".
Se levantó y caminó hacia ella, cogió un bolígrafo y, con decisión y una enorme sonrisa, tachó lo único que había escrito: alegría.
- Cuento de Reyes Magos 2025