Mi experiencia es corta, mis pasos lentos y firmes, he visto muchísimos perros pasar ante mis ojos, todos y cada uno diferente del anterior, todos y cada uno un puro y cristalino reflejo de su humano. Mis años estudiando psicología me han regalado casi como castigo la inevitable costumbre de observar todos y cada uno de los gestos humanos, pero nunca han superado la irremediable costumbre de obser
var la diversidad del lenguaje canino. Siempre he perseguido, intentando de alguna manera unir, vincular, relacionar ambos lenguajes, la unión de diferentes gestos. Los perros, sin un reconocido raciocinio han conseguido anclar tantísimos recuerdos en tal cantidad de gente que parece mentira que para ello ni si quiera articularon palabra alguna. A Laika, a Rin Tin Tin, a Bethoveen, a Frank, a Pancho. Y si todo ello lo hicieron sin convencernos directamente de sus claras aptitudes para ser un gran compañero ¿Qué conseguiríamos si en nuestra voluntad sí existiera la manera de comunicarnos? Es una pena que el ser humano se mueva por tantas palabras, y tantas sin contenido, que pasa desapercibido de la existencia de un lenguaje mudo, un lenguaje de miradas, gestos, energias y voluntades, donde lo verdadero y lo puro es lo que vale, lo que cuenta. Quien no esuchó nunca "Es que ellos huelen el miedo". Entre otras tantisimas cosas que capta su afinado hocico, nuestros perros captan emociones ajenas, intenciones y voluntades, siempre, en un lenguaje con pocos matices, sintetizado, en busca de la acción correspondiente en el momento determinado. Quizá lo más bonito que me han enseñado, y me siguen enseñando los perros, es que todo ocurre ahora, ni antes ni después, ahora; ni pasados, ni futuros, ahora, aquí mismo es lo que cuenta, y si no es ahora, ¿Cuando? Y por ello, y por todo, sé que la meta está en el momento, y a cada momento se le merece un logro, y ese logro es el que provoca que, sin esperarlo, vayan acudiendo el resto de matices que hacen tan especial la vida con un perro.