16/07/2024
Le aprendí dos cosas a mi maestro Sabina.
Una, a beber whisky con cerveza
La segunda, que hay que envejecer sin dignidad.
Con vergüenza, como niño en el confesionario
Con furia, como el anciano que perdió al póker
Con tristeza, como el último cigarro
Con rabia, como el marido engañado o peor aún, desengañado
Con risa loca, como jóvenes pescadores
Con miedo, como Fredo Corleone
Con buen tino, como mis hermanas cuando me regalan Johnnie Walker
Con mal gusto, como alguna amante. O varias. O todas.
Con suerte, como cuando me encontré a Sabina en un parque
Con odio, como el dios del Antiguo Testamento
Con profunda ineficacia, como Thomas Matthew Crooks
Con frialdad, como mujer firmando el divorcio.
Con hartazgo, como casi todas mis empleadas
Con optimismo, como acuarista a las diez de la mañana
Con soberbia, como cuando Mara Barros me hizo los coros.
Con vulgaridad, como los Cbtianos del 89
Con desprecio, como Félix cuando ignora mis menciones
Con nostalgia, como futbolista retirado muy, muy prematuramente
Con gracia, como las actrices p***o coreanas
Con descaro, como cuando le puse nombre a mi negocio
Con elegancia, como outfit de veinteañera
Con ambigüedad, como Al Pacino en Tarde de perros
Con vida, como un pez de ciudad
Con los de siempre. Sin las de nunca.
Hoy cumplo cincuenta