
13/02/2025
Relato que nos cuenta Mauricio Scheuch Araya
Caballo Huaso
Ya pasó todo el festín y estoy suelto de mi jáquima en la pesebrera, como cualquier otro día. Es febrero, no hace frío y la noche está estrellada, sólo un pequeño dolor en mi mano delantera me recuerda a cada segundo que no estoy en el cielo...
Hoy fue un día de gloria, el mejor de mi vida quizás. Llevo pegado un ardor en el corazón que me emociona al recordar. Y quiero recordarlo todo. Mi propia imagen reflejada en el bebedero me transporta a cuando era un tímido potrillo en el Criadero “Las Cabañas” en Bucalemu. Recuerdo a mi madre, “Trémula“ la yegua más rápida de todo el Hipódromo, recuerdo su andar elegante y sus muchos mimos para conmigo.
Yo iba a ser la promesa de la Copa Hipódromo Chile en el año 1938. Una especie de monarca del hipódromo. El rey. Quizás por eso, los preparadores me decían “Fey”, y no por el diminutivo de “Faithful” mi nombre verdadero.
Mi padre “Henry Lee”, un semental purasangre, al que solo había visto un par de veces en mi vida, era una leyenda mundial. Nacido en Boston, había llegado a Chile a principios de los años 30. Su fama hablaba por sí sola, cosa que para mi, era un peso más que un orgullo.
Mi preparación fue planificada por muchas personas que me visitaban. Todos elogiaban mi raza, mi cuerpo y mis supuestas aptitudes, pero nadie en verdad me miraba. Asimismo, en 1936, el año de mi debut, no gané ninguna carrera. Tampoco durante los dos años venideros. Me cambiaban la comida, el jinete...y nada.
No me podía concentrar con los ojos tapados, lo mío era mirar el cielo y soñar …
Un día me vinieron a ver unos hombres altos, rubios y bien peinados. Me amarraron una montura pesada y me montaron. Cada uno de ellos pesaba como tres jinetes de los que yo estaba acostumbrado. Me llevaron a vivir a la ciudad, al Club de Polo. El entrenamiento era en una caja cuadrada de pasto donde todos corríamos de un lado a otro persiguiendo una pelota de madera y el jinete gritaba al pegarme en las patas con un largo palo de madera. Una experiencia realmente horrible.
A los pocos días, me subieron a un camión camuflado y me fui a Quillota, a un Regimiento Militar. El lugar era precioso y verde. Gaspar era mi domador. Parece que quería que desfilara para el presidente Alessandri.
Los Militares me cuidaron bien y me enseñaron con paciencia esos ridículos pasos y los aprendí. Uno de esos días tuve un accidente en un traslado, enterrándome un fierro en las nalgas. El dolor era tan fuerte que no podía dejar de relinchar. Vino un veterinario y dijo que debían sacrificarme al día siguiente.
Esa noche cambió mi vida para siempre. Entró en mi pesebrera un joven militar. Me acarició con cariño y curó mis heridas. Luego me sacó de ahí y me escondió por cuatro días en un carro para caballos. Me llevaba agua, terrones de azúcar y afrecho fresco. Ese hombre me salvó la vida. Ese hombre era Alberto Larraguibel
Alberto me cambió el nombre, para que nadie sospechara de mi vida anterior tan llena de fracasos. “Huaso” me llamaba ahora y me gustaba más que el anterior, ademas así podía renegar de esa siutiquería espantosa de la que había tratado por tanto tiempo de hacerme a un lado
Ahí empezó la mejor etapa de mi vida. Corría el año 1943, la guerra había terminado en el mundo. Nosotros la habíamos pasado entrenando sin descanso. Fueron varios años de aprender. Algunas veces incluso nos subimos a un avión y volamos a muchas partes del mundo a competir…con relativo éxito, pues lo nuestro no era salto en circuitos, lo nuestro era otra cosa. Los dos soñábamos con lo mismo. Los dos soñábamos con volar.
En 1948 Alberto y yo batimos el récord Sudamericano de 2,37 metros de altura.
En 1949, al primer intento de pasar el salto rehusé apanicado, al segundo intento pasé las manos, pero rozé con el vientre botando una de las varas. En el tercer y último intento, pasamos bien, batiendo el récord mundial con 2,47 metros de altura.
La gente presente ese día no hacia ningún ruido, era un silencio palpable. Cuando iniciamos el vuelo, nadie respiraba; y cuando mis patas delanteras tocaron el suelo, fue un completo alboroto. La gente gritaba, lloraba, inclusive se acercaron a mi para arrancarme crines como recuerdo. La banda del ejército empezó a tocar el himno nacional apenas aterrizamos; y yo sentí que había logrado mi sueño. Podía volar.
Dato: *Se ha intentado reiteradas veces romper el récord de «Huaso», pero hasta hoy no se ha logrado 🇨🇱