21/11/2024
En un pueblo costero donde las olas golpeaban con furia las rocas y el viento ululaba entre las calles vacías, vivía un perro extraño al que todos conocían como Faro. Nadie recordaba cuándo había llegado, pero parecía que siempre había estado ahí. Era un animal grande, de pelaje grisáceo como las nubes antes de una tormenta, y con ojos de un azul tan claro que parecían perforar la oscuridad.
Tenía una peculiaridad: nunca dormía. Los pescadores lo veían en el muelle, observando el mar con una quietud inquietante, incluso en las madrugadas más frías. Los niños lo encontraban en el parque, sentado bajo los árboles hasta el amanecer. Siempre estaba ahí, vigilante.
La gente del pueblo no hablaba mucho de él, pero había rumores. Algunos decían que él había salvado a un pescador de ahogarse, guiándolo con ladridos hacia la orilla cuando la niebla era tan espesa que no se veía nada. Otros juraban que lo habían visto en dos lugares al mismo tiempo: en el faro y en la plaza, como si no fuera un perro común.
Todo cambió una noche de invierno, cuando el mar rugía como nunca antes. Un barco pesquero se había perdido en medio de una tormenta feroz, y el pueblo entero se reunió en la playa, mirando impotente las olas gigantescas. Fue entonces cuando el perro apareció, parado al borde del agua.
—Es como si supiera algo —susurró un anciano.
Ladró una sola vez y corrió hacia el faro, que estaba apagado. Un grupo de hombres lo siguió, pensando que tal vez el perro los guiaba hacia una solución. Cuando llegaron, él estaba rascando la puerta de madera, emitiendo un gemido extraño, casi humano.
—La luz —dijo uno de los pescadores—. Tenemos que encenderla.
Con esfuerzo, lograron encender el faro, iluminando el mar con su haz de luz. A la distancia, vieron el barco perdido, luchando contra las olas. Gracias a la luz, los marineros lograron orientarse y volver a la costa.
Pero cuando regresaron a la playa para agradecer a Faro, él no estaba. Lo buscaron por todo el pueblo, pero había desaparecido.
Días después, uno de los pescadores encontró algo extraño cerca del faro: un collar viejo enterrado en la arena. Tenía una placa oxidada que decía: "Faro. Siempre vigilante."
Al investigar en los archivos del pueblo, descubrieron algo que los dejó sin palabras. Décadas atrás, había existido un perro llamado Faro que pertenecía al farero, un hombre solitario que había dedicado su vida a proteger a los barcos. Faro había mu**to al intentar salvar a su dueño durante una tormenta particularmente violenta.
Manuel Losada