18/07/2025
Cada vez que iba a visitar a mi abuelo, me encontraba con la misma escena:
él, sentado en silencio, como si el mundo ya no tuviera nada nuevo que ofrecerle.
Miraba por la ventana… pero no veía.
Le hablábamos, y apenas asentía.
Decían que era la edad.
Yo creo que era el alma… rota de tantas ausencias.
Un día, sin pensarlo mucho, llevé a casa un perrito callejero que había rescatado.
Pequeño, flaco, con cara de travieso.
Lo miró con seriedad… y sin dudarlo, lo bautizó: “Chirulín.”
Desde entonces, algo cambió.
Tomaban el sol juntos en el patio, compartían pan dulce, veían la televisión como dos jubilados que se conocían de toda la vida.
Se entendían sin hablar.
Chirulín no hacía preguntas, no juzgaba, no pedía explicaciones.
Solo estaba.
Y a veces… eso es todo lo que uno necesita.
Mi abuelo volvió a reír.
Volvió a salir.
Volvió a ser él.
Pero un día, su cuerpo se cansó.
Cayó enfermo y lo internaron.
Yo lo acompañé todo lo que pude.
Y en medio del miedo, del olor a hospital y del silencio de pasillos eternos, me entregó una carta.
—Es para vos —me dijo—, por si no regreso.
En esa carta me dejaba instrucciones claras para cuidar de Chirulín.
Qué le gustaba comer, cómo calentaba su sopa especial, a qué hora le gustaba salir.
Mientras la leía, se me llenaban los ojos de lágrimas.
Y pensaba:
“Cómo me gustaría que también me dejara una receta… para aprender a vivir sin él.”
Pero volvió.
Lo dieron de alta.
Y el día que regresó a casa, Chirulín lo recibió como si el corazón se le quisiera salir del pecho.
Mi abuelo lo abrazó, le susurró algo al oído y luego dijo:
—Tenemos que apurarnos… aún nos faltan muchas cosas por hacer juntos.
Y se rió como un niño.
Hicieron una lista:
caminar por la plaza, comer empanadas, dormir en la hamaca, oír tangos en la radio.
No eran solo planes.
Eran promesas.
Hay quienes dicen que “es solo un perro”.
Pero si hubieran visto lo que yo vi…
entenderían.
Los animales no son “mascotas”.
Son medicina.
Son familia.
Son esos amores que no se compran, que no se imponen, que no se van cuando más los necesitas.
Amar a un animal te enseña a amar de verdad.
Sin condiciones. Sin palabras.
Solo con presencia… y lealtad.