La Casa del Chankh'u

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Chankh’u por siempre.

Reclamar y hacerse notar. Dos cosas de las que los gatos saben muy bien. La vida es un juego de decisiones y consecuencias. Escoger que vestir, que comer, que sitios nuevos visitar. Escoger un amigo felino para llevar a casa y hacer de esta su nuevo hogar. Escoger con que alimentarlo, que juguetes regalarle para que la pase bien, que arena sanitaria usar, que comodidades darle para que logre sentirse seguro y en confianza. Pero cuando uno cree tener el control de sus elecciones, algo mágico sucede y te hace ver que no siempre es así. En un barrio peligroso rodeado de gente con severas limitaciones emocionales, en una casa con carencias de todo tipo pero donde nunca faltaba el amor, estaba esa hermosa mamá gata junto a sus cuatro pequeñas crías, ella lucía cansada, hambrienta quizá, algo asustada también, pero disponible en todo momento para ellos, sus hijos. No es agradable separar una familia pero cuando sabes que la mejor suerte que tendrán permaneciendo ahí será la muerte, sientes que tienes que actuar. Y lo mágico ocurrió. En plena conversación, esta pequeña de color beige con jaspeado marrón empezó un concierto de maullidos, no por hambre, no por abrigo, no buscaba el cuidado de su madre; pedía a gritos mi mano sobre su sedoso pelaje y que empezara a acariciarla una y otra vez sin importar nada más, sin que el tiempo sea un impedimento, haciéndome perder entre su ternura y su suavidad. Misk'i se llamaría. Pensé que el momento de decidir había terminado y que me iría a casa con aquella minina 'elegida', pero no. La magia recién empezaba. Sentí una pequeña pero intensa punzada en el brazo, y al voltear a ver de que se trataba, lo vi, con sus patitas delanteras levantadas decidido a seguir dándome minúsculos golpes, con esas garritas descubiertas que parecían alfileres diminutos clavándose en la piel. Plomo en su mayoría, blanco además. Pelo frondoso y tosco. Lunar en la nariz. Maravilloso. Chankh'u sería su nombre.

Fueron educados muy estrictamente, los llamaba con un silbido y aparecían sin dudar, cuando escuchaban su nombre se acercaban, tenían horario para comer, para dormir, para ir al baño, para jugar. Es bastante raro un comportamiento similar en gatos, pero los instruí así para evitar incomodar a quienes vivían conmigo, pues sentía que no todos estaban a gusto con su compañía. Cuidé de ellos siempre, en la enfermedad más aún. Creí que sería el fin en alguna ocasión, pero no por eso dejé de estar a su lado.

Ella, reclamona hasta la médula. Él, campeón en llamar la atención. Los amaba. Una noche que los llamé para que entraran a dormir, solo apareció Misk'i. Chankh'u no lo hizo. Nunca más lo hizo. Si hay un dios en el cielo sabe bien todo lo que hice para encontrarlo. Caminé, trepé, corrí, me arrastré. Creía verlo en otros gatos. He frenado intempestivamente el carro muchas veces porque pensé haberlo visto en la calle. Pero nunca pude volver a ver ese lunar en esa hermosa nariz rosada. Nunca pude volver a sentir sus garritas arañándome. Nunca pude volver a decir su nombre sin sentirme triste. Lloré mucho, más de lo que un hombre quisiera admitir. Lloro cada vez que lo recuerdo pausadamente. Lloré al escribir estas líneas. He enterrado mascotas, muchas, en el pasado y la pena me ha invadido, pero con Chankh'u fue diferente. Lo quería como a un hijo, lo crié como a uno. No sé si fue un error, pero no me arrepiento de haberlo hecho. Hoy soy feliz, tengo a mis padres vivos, mi hermana y un lindo sobrino, me he casado no hace mucho con una maravillosa mujer a quien amo y vivo perfectamente bien con ella. Soy feliz, pero estoy incompleto. Chankh'u se fue y se llevó con él un pedacito de mi vida. Ahora me acompañan Tsira, Parduc y Misk'i. Son mi adoración. Las amo. Sé que nunca llenarán el vacío que dejó mi Chankh'u y tampoco pretendo que así sea, pero me hacen feliz con todas sus ocurrencias. Sobretodo Misk'i, quien ha aprendido a usar zarpazos para llamar mi atención.

LA CASA DEL CHANKH'U involucra todo lo antes mencionado. Buscamos dar a los gatos y a sus humanos la armonía necesaria para una saludable convivencia por medio de artefactos que ponen a prueba las habilidades de los gatunos y desarrollan potencialmente su nivel de socialización. La velocidad, la agilidad, la destreza al trepar, saltar y escalar, así como el constante dinamismo que tienen en su accionar nuestros amigos felinos generan un requerimiento muy importante que se complementa con el hecho de ser el centro de atención, de hacerse notar por encima de los demás. Ellos sienten la imperativa imprescindibilidad de estar por encima de nosotros, literalmente. Darles la oportunidad de ser 'superiores' no solamente alimenta su mítico ego, sino que los libera del estrés de una posible amenaza, les proporciona un buen lugar desde donde poder observar y les garantiza el ser dominantes.

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