30/10/2024
«La Muerte y su amigo el gato»
La Muerte caminaba en silencio por los senderos del mundo. A su paso, los árboles parecían perder color, y el viento se volvía un susurro triste. Nadie se detenía a mirarla, y los que lo hacían, lo hacían demasiado tarde. Siempre había trabajado sola, recogiendo almas en su eterno viaje, pero la soledad era una constante que empezaba a pesarle.
Una noche oscura, mientras se deslizaba por las calles de una ciudad silenciosa, escuchó un suave maullido. Era un gato, negro como la noche, sentado en un tejado bajo, mirándola con ojos que brillaban en la penumbra. La Muerte se detuvo, algo que rara vez hacía, intrigada por la calma del animal. La mayoría de los seres vivos evitaban su mirada, pero aquel gato la observaba con una serenidad que le resultaba extraña.
—¿Por qué no me temes? —le preguntó.
El gato se estiró lentamente, sin apartar la mirada.
—¿Por qué debería temerte? —respondió el gato, con una voz suave y pausada—. Te he visto pasar tantas veces... en las sombras, en los suspiros que dejan aquellos que partieron. Eres parte de la vida, igual que el sol que sale cada día y las estrellas que brillan en la noche.
La Muerte no esperaba una respuesta tan sabia. En su experiencia, todos le temían. Sin embargo, este pequeño ser parecía entender algo que muchos otros no podían.
—¿Quieres acompañarme? —le preguntó, sintiendo una curiosidad extraña.
El gato saltó del tejado y, con pasos suaves y sigilosos, se acercó a su lado. Desde esa noche, se convirtieron en compañeros inseparables. Mientras la Muerte cumplía con su labor, el gato la seguía, observando todo con sus ojos brillantes. En cada hogar al que la Muerte iba, el gato entraba primero, moviéndose entre las sombras, acariciando las piernas de aquellos que estaban por partir, ofreciéndoles una última dosis de calma antes del inevitable final.
Con el tiempo, la Muerte comenzó a ver su tarea desde una nueva perspectiva. El gato, con su silencio y su constante presencia, le mostró la belleza que existía en los pequeños momentos, en las despedidas serenas y en los últimos suspiros de los que se marchaban. No todos temían morir; algunos, agotados por el dolor o la tristeza, la recibían con alivio. El gato se aseguraba de que no estuvieran solos en esos momentos.
Una vez, la Muerte le preguntó al gato por qué había decidido seguirla.
—Porque tú también estás sola —respondió el gato, mirándola con sus ojos sabios—. Y, aunque todos te teman, alguien debe caminar contigo. Todos merecen un amigo, incluso tú.
La Muerte nunca había pensado en ello. Había aceptado su destino como algo inevitable, sin cuestionar el peso de su carga. Pero ahora, con el gato a su lado, su caminar se había vuelto menos pesado. No había cambiado su labor, pero su perspectiva era distinta.
A lo largo de los años, continuaron su travesía, y la Muerte ya no sentía la misma soledad. Siempre había estado entre la vida y la muerte, pero ahora comprendía que también en su existencia podía haber algo más. El gato, con su compañía silenciosa, le había mostrado que, incluso en los momentos más oscuros, siempre podía haber un rayo de luz, una compañía inesperada.
Y así, la Muerte y su amigo el gato siguieron caminando juntos, hasta el final de los tiempos.