27/09/2022
Y me tocó vivir mi propia experiencia...
Ya hace casi 1 año de ésto, y literalmente me parece que fue, como mucho, hace un mes apenas, a pesar de todo lo vivido ya. Pero hace casi 1 año que me vine a España, con mis dos perritos. Y cualquiera me diría: "Bueno, Miriam, para ti todo fue más fácil". Y sí, no niego que, obviamente, estaba yo en mi salsa con todo lo que respecta a tecnicismos, procedimientos, el papeleo pues... Pero después de casi 12 años tratando con ustedes, escuchando sus miedos, sus anhelos, sus nervios, sus emociones de cara a un viaje con mascotas, habiendo incluso viajado antes con animales de otros, siendo partícipe de esos reencuentros, viviendo con ustedes la emoción de llegar bien a destino con nuestros peluditos al lado. Ahora es cuando puedo decir: "ESTO HAY QUE VIVIRLO PARA SABERLO". Meter la vida en dos maletas y embarcarse, en mi caso con dos peluditos, hacia una nueva tierra. Y como siempre he dicho, cada viaje es un mundo, cada perro es un caso diferente... a mi me tocó, con toda mi experiencia y basándome también en las experiencias de ustedes, adaptar mi situación al medio, con el mundo más convulso nunca (por aquello de la pandemia).
La decisión de venirme a España la tomé apenas unos días antes de que se declarara cierre de aeropuertos. Nos tocó esperar casi dos años, 2 larguísimos años, para poder realizar el viaje. Cada mes pasaba esperando algún comunicado oficial que nos permitiera volar. Hasta que la aerolínea me hizo el planteamiento de salir vía Panamá o República Dominicana. Eso alargaba más las horas de viaje, el recorrido se volvería más complicado, el sueño de un vuelo directo con mis perros se esfumaba. Y la preparación de mi vaje se volvió una especie de collage de todas las experiencias que he vivido gracias a los testimonios de ustedes. Fue como si en mi mente se recopilaban historias.... desde una perrita Beagle llamada Lola que fue una de las primeras sobre la que escribì, con un viaje desde Maracaibo hasta Tenerife, por allá por el 2010 o 2011, o aquel caso en el tuve que correr por el centro de Caracas buscando legalizar un permiso hacia Panamá, o sentir ese miedo (típico venezolano) que tanto me han comentado ustedes, pensando que algo inesperado puede ocurrir a última hora y dejarnos en tierra. Mi viaje, con mis perros, se volvió entonces una mezcla de cientos de experiencias (las vuestras), esta vez con mis propias emociones.
Como todos ustedes, escuché aquello de: "¿para qué te vas a llevar a los perros? todo se te complica aún más". Aunque, por supuesto, también muchos otros me apoyaban sabiendo que dejarlos jamás podría ser una opción.
Entonces llegó el día del viaje, casi dos años después, todo ese tiempo esperando para que al final me tocara arreglar todo a último minuto, porque la situación mundial no me permitió otra cosa. Y mi madre, mis dos perritos (P***y de 12 años y Maite de 10 años) despegamos desde el aeropuerto de Valencia hasta República Dominicana, allí aterrizamos sin visa, por lo que fuimos tratadas, en un principio, casi como delincuentes, nos retiraron los pasaportes, nos encerraron en una cuartito de mala muerte, nos asignaron a un custodio (que terminó siendo un ángel para nosotras). Y mis perritos conmigo, por horas dentro de ese aeropuerto, en donde ni nosotras podiamos ir a un cuarto de baño, por aquello de que por ser venezolanas nos podìamos "escapar". Las horas en Repùblica Dominicana fueron un in****no. y mis perritos allì conmigo, y prometo que muchas veces vi en sus ojitos miradas de: "vamos ya a casa". Pero por otro lado, todo mi tema de inspección de mascotas, papeleos, etc, iba fluyendo con absoluta perfección. Estábamos todos exaustos y aún nos faltaba el vuelo largo, pero no voy a extender más este cuento con los millones de detalles que aún tengo en mi mente. El punto es que esa noche, por fin, tomamos el vuelo de Air Europa que nos llevarìa hasta Madrid. Habían pasado más de 8 horas desde que habìamos salido de casa, y aún nos quedaba por delante un largo recorrido. Mi P***y y mi Maite se comportaron como unos soles en ese vuelo, sin quejarse, dentro de sus bolsos, rendidos de cansancio.
Llegamos a Madrid, cuando apenas se abrían las puertas por turismo en España, cuando las restricciones por el covid eran durìsimas, gente gritando pidiendo el código QR mientras pasábamos migración. Nunca había visto tal caos es Barajas, para ese momento sentía que el Mundo estaba peor de lo que yo pensaba. Pero yo iba con mi familia, y eso se resumía en mi madre y mis dos perros. De Barajas a la estación de Atocha, para tomar el tren hacía Murcia, que era nuestro destino final. Eso con una de las maletas rotas, Maite (la más calmada de mis dos perros) también había roto ya su transportín, y por supuesto se sumaba ya el agotamiento físico y mental. Finalmente, después de unas 30 horas de viaje, con un jet lag tremendo, con los ojos ardiendo de llanto y cansancio, pero con una satisfacción enorme por haberlo logrado.
Traer a mis perritos a este, nuestro nuevo hogar, no solo ha sido un acto de responsabilidad, ahora me doy cuenta que también fue un acto de amor absoluto por ellos, y que al final ha redundado en beneficios para mi. Y que quisiera que todo el mundo lo entendiera. No hay excusas para dejarlos, no hay razón para decir "es que me da dolor que mi perro pase tanto trabajo por el viaje". Primero porque mi caso ocurrió bajo circunstancias mundiales bastante particulares, asi es que lo normal es que los viajes se den con mucha más tranquilidad. Y si fuera el caso de que deban darse escalas, que se cansen, etc, todo eso pasará en un periódo limitado de tiempo (horas, un dìa, dos). Luego vendrá la calma. Peor será siempre dejar al perro y obligarle a estar el resto de su vida sin sus humanos. Porque al final el hogar no son las paredes, no es un sitio. El hogar somos nosotros, y es allí donde el perro o el gato, van a querer estar. El viaje pasa, lo que cuenta es el resto de la vida.
Y luego que ya estamos en destino, con este "sindrome del extranjero", esta necesidad de adaptación, de hacerse de un sitio, es cuando los humanos nos apoyamos en nuestros perros. P***y y Maite me obligan a salir, a pasear, a saludar a dueños de otros perritos, y así ya me voy haciendo persona otra vez, así empecé a sonreirle a otros y a recibir sonrisas. A Maite ya le gritan "Guapa" por la calle, y los vecinos ya saben que P***y va a su bola sin hacer caso a nadie. Ya saben mis clientes de siempre que yo me acuerdo de los nombres de sus perros así hayan pasado años, y eso mismo me pasa aquí, no tengo idea de como se llama la señora que me cruzo por las mañanas con su "Pipo", pero le hablo a él y para ella eso ya es motivo de alegrìa. O acariciar a Channel o a Nala, o a Coco durante el paseo vespertino (perritos de quienes ya nos hemos hecho amigos). Maite se ha hecho amiga del funcionario municipal que barre todas las mañanas, y ese hombre que parece ir un poco amargado por la vida, sonríe feliz al verla y la llama "mi amiga Maite". Mis perritos pasean por área segura y a ratos pueden ir sin correa explorando este nuevo mundo. Y aunque aquel viaje fue muy rudo, ahora estamos bien, con todo lo que eso implica, extrañando el terruño, el acento venezolano, esa amabilidad, la alegría del caribe, y con el esfuerzo de conseguir algún dìa más estabilidad. Pero en medio de todo eso, P***y y Maite han sido, son y serán, espero por un buen tiempo más, mis mejores compañeros.
¿Vale la pena viajar con ellos? siempre les he dicho que sí, Pero desde hace casi 1 año puedo decirlo con más propiedad que nunca. Sí, mil veces sí vale la pena y es lo mejor que podemos hacer. Porque si se puede!! claro que se puede!!